2012/11/26

Construyendo historias: Érase una vez... (parte 4), de Idurre Astigarraga


Autora: Idurre Astigarraga
2º curso del Grado de Educación Primaria
E.U. Magisterio de Donostia
UPV/EHU

(Esta historia comienza aquí)
(y continúa aquí...)
(y luego aquí...)


Todo era muy extraño, ¿por qué querían hipnotizar a Margarita? Realmente, ¿en qué mundo estaba? ¿Cómo podía esa canción ser tan bonita y a la vez, se podía sentir tan mal escuchándola?

Mientras, Rosa se disponía a salir de la escuela. La jornada había sido bastante aburrida. Su profesora le había reñido constantemente por hablar tanto con sus compañeros y su hermana no aparecía pero como no se habían visto esa mañana no estaba preocupada.

- No se habría sentido bien y se habrá quedado en la cama – pensó Rosa.

Cuando llegó al velero, todo parecía normal. Papá estaba enfadado porque el velero tenía alguna avería y no podía arreglarlo solo. Mamá estaba en la cocina preparando la comida para todos nosotros, pero ¿dónde estaba Margarita?

- ¡Hola papá! Dejo la mochila en la habitación y ahora te ayudo con lo que tienes entre manos – le dijo Rosa.

- Está bien hija, pero primero comeremos algo, que tu madre ya habrá preparado algo.

- ¡Muy bien, papá! – le contestó. Cuando llegó a la cocina su madre estaba cantando alguna canción y parecía muy contenta.

- ¡Hola hija! – le dijo. Hoy también, os habéis enfadado tu hermana y tú y no venís juntas, ¿verdad?

- No mamá, Margarita no ha venido a la escuela. Pensé que se sentía mal y se había quedado en casa – se alarmó.

No era normal que Margarita no hubiese llegado a la escuela, ella era muy buena estudiante y le gustaba ir al colegio. Los tres miembros de la familia, preocupados, empezaron a buscarla. Pronto se unieron un par de conocidos que paseaban por el puerto. Todos gritaban "¡Margarita!", pero nadie contestaba.

Ana, la madre, y Rosa salieron del camino y entraron al bosque. Les parecía extraño que Margarita se saliese del camino porque siempre era muy obediente, pero como llevaban horas buscándola y no la encontraban, pensaron en lo peor.

Entre los árboles apareció la cueva, pero no había rastro de Margarita. Rosa preguntó a su madre si podía entrar a esa cueva, pero Ana no quería ningún riesgo.

- Pero, mamá, alguien le ha podido asustar y puede estar escondida aquí dentro. Además, después de llegar hasta aquí, ¿por qué no le podemos echar un vistazo? – intentó convencerla.

- Está bien, hija. Algunas veces puedes ser muy pesada – le contestó.

Entraron dentro de la cueva, despacio y sigilosamente. Pero allí no había nadie. Aunque Rosa se percató de que en un rincón había algo. Se acercó y encontró la mochila de Margarita.

- ¡Mamá! ¡Ven! ¡Corre! – gritó.





Mientras Ana se acercaba, Rosa cogió la mochila y se la enseñó a su madre. Aunque la cueva estaba oscura, enseguida conoció lo que su hija tenía en la mano. El mundo de ambas se derrumbó. ¿Dónde estaba Margarita? ¿Por qué había dejado la mochila allí? ¿Por qué había entrado a esa cueva? Ninguna de las dos entendía nada.

Madre e hija se sumergieron en un abrazo y mientras las dos lloraban, Ana se percató de que en el otro extremo de la cueva había algún destello de luz que alumbraba una parte de la cueva.

- ¡Mira, hija! Vamos hacia esa luz, puede que Margarita se haya confundido de salida – le comentó. En su cara apareció una pizca de esperanza.

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